Tinto: de río maldito a emblema
El hoy idolatrado río Tinto, el emblema de la provincia de Huelva, cuyo cauce discurre por un entorno único el mundo, fue durante décadas un río maldito y denostado, como consecuencia de la 'contaminación' que muchos creían ver en él. Para 'corregir' esta situación, el entonces senador socialista, Antonio García, presentó en el mes de marzo de 1989 una moción frente al Senado en la que pedía iniciar los estudios necesarios para "descontaminar los dos ríos" de la provincia de Huelva; el Tinto y el Odiel.
En aquellos años ya se cavilaba que la descontaminación del Tinto sería posible con una inversión cercana a los 3.700 millones de las antiguas pesetas. Una bagatela si con ello se era capaz "de recuperar la ría de Huelva", amén de que su agua previamente descontaminada pudieran servir de aporte al acuífero 27 de Doñana. Precisamente la entrada en escena del Parque y de que éste se pudiese beneficiar del caudal del río hizo que incluso se pensara solicitar ayuda a la Comunidad Europea, para erigir la que muchos consideraban podría ser la mayor infraestructura de la década en la provincia.
García abogaba por un proyecto que pretendía separar la parte del nacimiento del río y embalsar su agua contaminada para ser tratada y trasportada posteriormente a través de tuberías río abajo hasta la zona de Niebla, donde se filtraría naturalmente en terrenos de piedra caliza. El agua ya descontaminada se embalsaría de nuevo en una zona denominada Barranco del Blanco, en un embalse que tendría una capacidad de 240 hectómetros cúbicos, así como unos 50 metros de altura y cuyo coste aproximado sería de 1.500 millones de las antiguas pesetas.
Oscuro panorama se cernía sobre un río que nadie se molestaba en estudiar con rigor su naturaleza. El único que se postuló a enfrentarse a esta corriente fue el catedrático de Microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid, el doctor Ricardo Amils Pibernat, quien mostró abiertamente sus discrepancias con la Agencia del Medio Ambiente (AMA) que pretendía 'curar' los males de los ríos onubenses. En este sentido, Amils Pibernat señalaba que el Plan de descontaminación del Tinto, "aparte de resultar probablemente ineficaz, supondría la desaparición de un hábitat único en España y posiblemente en el mundo". Para más inri, sus aguas se presentaban bajo un marco ideal para estudiar el origen de la vida, dado "que sus características se suponen similares a las que albergaron la aparición de las primeras formas de vida hace casi cuatro mil millones de años". Amils explicaba que a lo largo de los 80 kilómetros del cauce, en comparación con otros cuyo curso también nacen en las minas, sus características no varían, "a pesar del efecto de dilución que los afluentes deberían ejercer sobre las aguas del Tinto… De forma que la acidez y concentración de metales son prácticamente constantes a lo largo del año". Paralelamente concluyó que sus aguas albergaban algas, bacterias, hongos y levaduras, lo que, desmontaba claramente las posturas de la plana política que calificaban al Tinto como un río muerto.
Los ecologistas también remaban en la línea de descontaminar el río, con la única salvedad de que discrepaban de las tesis defendidas por sus artífices en el hecho de que las cuatro presas que la Junta tenía previsto construir, dos en el Tinto y sendas en el Odiel, provocarían la desaparición, "en pocos años, de los cursos de estos dos ríos".
Por suerte, las inversiones para esta faraónica obra no terminaban de llegar por parte del gobierno central, lo que retrasaban el inicio del proyecto. Entre tanto los responsables de la Junta, en sus círculos internos, despreciaban las voces que se manifestaban sobre la riqueza 'viva' del Río, vilipendiando a su máximo opositor, Ricardo Amils, quien en su cruzada contra el proyecto auspiciado por la Junta de Andalucía le llevo a solicitar a la Unesco una moratoria para salvar el Río y poder así proseguir con los estudios. Ajeno a estas críticas, el científico continuaban trabajando y encontrando hechos que verificaran sus tesis, como el dato de que los romanos denominaban al Tinto "río que quema", lo que confirmaba "que sus aguas ya contuvieran ácido sulfúrico cientos de años antes de que los ingleses empezaran a explotar sus minas a cielo abierto".
Precisamente desde la Junta se 'criminalizaba' la labor minera como la culpable de la contaminación que padecían sus aguas, y se postulaban como los 'médicos' que lograrían sanar su cauce. En estas mismas fechas, la Administración autonómica ya tenía perfilado la construcción de dos pequeñas plantas experimentales para evaluar la capacidad de depuración. En la primera de ellas quedarían atrapados los metales, mientras que la segunda actuaría mediante un tratamiento biológico basado en cultivos de bacterias que absorberían los metales que aún quedaran disueltos en el agua.Entre tanto los científicos hablaba del proyecto como un auténtico atentado natural y numerosos expertos se afanaron en realizar los estudios necesarios para zanjar la polémica sobre la supuesta contaminación.En septiembre de 1999 la capital hispalense acogía un Congreso Internacional del Agua en la Minería, en la cual una de las ponencias que más expectación despertó fue la protagonizada por Domingo Carvajal Gómez, perteneciente al área de Ingeniería Cartográfica, Geodésica y Fotogrametría de la Universidad de Huelva. El erudito desveló unos estudios en los que parecían demostrar que, a pesar de la carga de metales que albergan las aguas del Tinto, al alcanzar el estuario de la Ría de Huelva, sus elementos contaminantes desaparecen de forma natural al precipitarse los metales tras su contacto con el agua salada y convertirse éstos en sedimentos marinos. Estas esclarecedoras aportaciones acababan de un zarpazo con la versión catastrofista de algunas organizaciones ecologistas que criminalizaban al Tinto como culpable de la contaminación de la ría.Pero tuvo que ser en el año 2000, coincidiendo con el desembarco de los científicos de la NASA, cuando todos los focos de atención se situaron en el río y cuando en la sociedad comenzó calar el hecho de la importancia que tenían el mítico río, así como el hecho de que fuera su propia naturaleza la que le imprimiera la esencia que poseían sus aguas. Junto al prestigioso científico norteamericano Jonathan Trent, en Huelva desembarcó el director del Centro de Astrobiología Español, Juan Pérez Mercader, y la atención mediática obró el milagro de hacer recapacitar a la plana política sobre el error que habían querido cometer. En todo este periplo, quizás la historia no fue lo suficientemente justa con Amils, quien quedó relegado en un segundo plano, si bien fue sin lugar a dudas el verdadero artífice de que la comunidad científica posara sus ojos sobre un río, hasta entonces, maldito.