Como lo prometido es deuda, aquí traemos hoy un artículo publicado en la revista de Semana Santa de nuestra localidad, lo enviamos a cuantos nos siguen desde fuera. Lo escribe nuestro buen amigo Domingo Cruz León.
Viernes de Dolores de 1997 , preludio
de la Semana Santa de Niebla
Posiblemente, no fuéramos conscientes de la importancia que, con el paso de los años, podía llegar a tener aquella quijotesca empresa. O quizá sí.
La perspectiva histórica aún no es lo suficientemente profunda como para poder valorar un hecho, hoy relevante, y que contribuyó a llenar un hueco de la vida de un pueblo en el que, aún hoy, quedan muchas cosas por hacer.
Como con todos los acontecimientos que se incorporan a la vida de una sociedad, hay que prestar gran cuidado cuando se pretende analizarlos. No deben descuidarse aportaciones que no aparecerían en un primer recuerdo, pero sin las cuales no tendría sentido todo lo demás. No se puede achacar el vigor de un árbol sólo al terreno, o al agua, o al sol, o al viento...
Muchas personas participaron. Y lo hicieron desde todos los aspectos y desde todos los ámbitos, aún más allá de los imaginables.
Todo era necesario, todo podía ser crucial para el éxito de nuestro objetivo. Horas de reuniones para poner sobre la mesa propuestas, ideas, alternativas, soluciones, calendarios. Otras horas nunca contadas estableciendo vínculos, favoreciendo compromisos, ganando voluntades en principio escépticas, y trabajando cosiendo, planchando, colocando flores, buscando enseres, estableciendo protocolos, fijando directrices organizativas.
De forma increíble, tras innumerables gestiones, conversaciones y contactos, encontrábamos a alguien que conocía a personas que tenían cuanto necesitábamos y que, además, nos lo facilitaban.
Fueron días de mucha vida compartida. Tiempo para conocernos y descubrir que podíamos hacer juntos lo que nos habíamos propuesto. Todo nuestro tiempo lo dedicábamos de forma, casi obsesiva a que todo saliera bien, que nada fallara. Y también a soñar. A soñar en la Semana Santa de Niebla, a soñar con el futuro, pues del presente estábamos convencidos.
¿Convencidos? Los días pasaban. Se acercaba la primavera y, ante nosotros, se abría el abismo de la incertidumbre. Nos asaltaban las dudas, la falta de certeza, nuestra inexperiencia, el miedo ante la antológica apatía que procesamos hacia lo nuestro.
Sin embargo, nadie falló, nada quedó por hacer. A todos nos llegó nuestro momento, todos teníamos una misión que cumplir y todos y todas supimos estar.
Niebla, primavera y Viernes de Dolores de 1997. Tras más de 30 años, la Virgen de los Dolores cruzó el patio de su Parroquia y se asomó a la Plaza de Santa María para realizar su Estación de Penitencia. La portaban sobre unas andas su pueblo, el pueblo de Niebla. En su rostro doloroso se adivinaba un reflejo de gratitud y consuelo al saberse acompañada en esos momentos. Su pueblo respondió. Niebla respondió.
Fue una empresa quijotesca. Pretendíamos ver si Niebla apoyaría una Semana Santa y sólo teníamos las imágenes y en mal estado. Hoy, en estos días de oscuridad, parece una empresa irrealizable. Pero era una ilusión que abordamos con todo el cariño posible y a la vista de la Hermandad que hoy tenemos, podemos decir que cumplimos nuestro objetivo.
No puedo terminar sin recordar aquí a las personas que supusieron el primer riego en la vida de este joven y vigoroso árbol cofrade que hoy es nuestra Hermandad. Manolo Pérez, Emilia Romero, Lola Barba, Sebastián Breva, Inés Martínez, Manuel García Iborra, Juan Antonio Izquierdo, Manoli Álvarez y Joaquín Gómez; y como fundamental, la colaboración de las hermanas Teresa y Consuelo López Savona, Manoli Garrido, Ana Iborra y Antonio Domínguez. Y por último, la sensibilidad del Ayuntamiento, con su Alcalde Eduardo González al frente y la comprensión del Párroco D. Victoriano Solís. A todos y a todas mi gratitud y mi reconocimiento.
de la Semana Santa de Niebla
Posiblemente, no fuéramos conscientes de la importancia que, con el paso de los años, podía llegar a tener aquella quijotesca empresa. O quizá sí.
La perspectiva histórica aún no es lo suficientemente profunda como para poder valorar un hecho, hoy relevante, y que contribuyó a llenar un hueco de la vida de un pueblo en el que, aún hoy, quedan muchas cosas por hacer.
Como con todos los acontecimientos que se incorporan a la vida de una sociedad, hay que prestar gran cuidado cuando se pretende analizarlos. No deben descuidarse aportaciones que no aparecerían en un primer recuerdo, pero sin las cuales no tendría sentido todo lo demás. No se puede achacar el vigor de un árbol sólo al terreno, o al agua, o al sol, o al viento...
Muchas personas participaron. Y lo hicieron desde todos los aspectos y desde todos los ámbitos, aún más allá de los imaginables.
Todo era necesario, todo podía ser crucial para el éxito de nuestro objetivo. Horas de reuniones para poner sobre la mesa propuestas, ideas, alternativas, soluciones, calendarios. Otras horas nunca contadas estableciendo vínculos, favoreciendo compromisos, ganando voluntades en principio escépticas, y trabajando cosiendo, planchando, colocando flores, buscando enseres, estableciendo protocolos, fijando directrices organizativas.
De forma increíble, tras innumerables gestiones, conversaciones y contactos, encontrábamos a alguien que conocía a personas que tenían cuanto necesitábamos y que, además, nos lo facilitaban.
Fueron días de mucha vida compartida. Tiempo para conocernos y descubrir que podíamos hacer juntos lo que nos habíamos propuesto. Todo nuestro tiempo lo dedicábamos de forma, casi obsesiva a que todo saliera bien, que nada fallara. Y también a soñar. A soñar en la Semana Santa de Niebla, a soñar con el futuro, pues del presente estábamos convencidos.
¿Convencidos? Los días pasaban. Se acercaba la primavera y, ante nosotros, se abría el abismo de la incertidumbre. Nos asaltaban las dudas, la falta de certeza, nuestra inexperiencia, el miedo ante la antológica apatía que procesamos hacia lo nuestro.
Sin embargo, nadie falló, nada quedó por hacer. A todos nos llegó nuestro momento, todos teníamos una misión que cumplir y todos y todas supimos estar.
Niebla, primavera y Viernes de Dolores de 1997. Tras más de 30 años, la Virgen de los Dolores cruzó el patio de su Parroquia y se asomó a la Plaza de Santa María para realizar su Estación de Penitencia. La portaban sobre unas andas su pueblo, el pueblo de Niebla. En su rostro doloroso se adivinaba un reflejo de gratitud y consuelo al saberse acompañada en esos momentos. Su pueblo respondió. Niebla respondió.
Fue una empresa quijotesca. Pretendíamos ver si Niebla apoyaría una Semana Santa y sólo teníamos las imágenes y en mal estado. Hoy, en estos días de oscuridad, parece una empresa irrealizable. Pero era una ilusión que abordamos con todo el cariño posible y a la vista de la Hermandad que hoy tenemos, podemos decir que cumplimos nuestro objetivo.
No puedo terminar sin recordar aquí a las personas que supusieron el primer riego en la vida de este joven y vigoroso árbol cofrade que hoy es nuestra Hermandad. Manolo Pérez, Emilia Romero, Lola Barba, Sebastián Breva, Inés Martínez, Manuel García Iborra, Juan Antonio Izquierdo, Manoli Álvarez y Joaquín Gómez; y como fundamental, la colaboración de las hermanas Teresa y Consuelo López Savona, Manoli Garrido, Ana Iborra y Antonio Domínguez. Y por último, la sensibilidad del Ayuntamiento, con su Alcalde Eduardo González al frente y la comprensión del Párroco D. Victoriano Solís. A todos y a todas mi gratitud y mi reconocimiento.